Poner etiquetas es algo muy humano. Lo hacemos porque nos resulta útil clasificar y categorizar el entorno en el que nos movemos y a las personas con quienes interactuamos. Sin embargo, que tenga su función lógica no significa que nos resulte beneficioso. Más bien causa el efecto contrario: Nos perjudica y perjudica a los demás.
El daño que hacemos a otros al etiquetarles
Cuando etiquetamos a otras personas estamos provocando que el juicio parcial que hacemos de ellas se convierta en nuestra cabeza en una verdad absoluta.
Por ejemplo, puede que tengas una compañera de trabajo a la que has etiquetado como «arisca» porque siempre lleva prisa y nunca se para a hablar contigo a la salida, pese a que vais en la misma dirección.
¿Qué pasaría si con el tiempo descubres que esta compañera tiene a su padre hospitalizado grave y que por eso se va corriendo y con gesto de preocupación? ¿No te parecería injusta la etiqueta que le has puesto?
Obviamente, las etiquetas hacen referencia a porciones subjetivas de realidad. Y nunca son justas. Por lo tanto, lo más adecuado es que desarrollemos una mayor empatía y seamos capaces de cuestionar esas opiniones preconcebidas.
El peligro de creernos nuestras etiquetas
Pero no solo etiquetamos a los demás… Todas las personas podemos convertirnos en víctimas de etiquetas, tanto de las que otros nos ponen, como de las que nos auto imponemos nosotras mismas. Y si no ves lo dañinas que son, piensa en el efecto Golem y cómo las bajas expectativas de terceros respecto a nuestro desempeño pueden influirnos de forma perjudicial.
Ninguna etiqueta es inofensiva. Ni siquiera aquellas que aparentemente son positivas y empoderadoras, porque aunque en un principio puede parecer que impulsan nuestra autoestima, al final también terminan poniéndonos un corsé e impidiendo que crezcamos y nos desarrollemos en otras direcciones. Todo lo que te limita, te está haciendo daño. Y has de ser extremadamente cuidadosa con los adjetivos que eliges para terminar la frase «YO SOY…», ya que tus creencias centrales se convierten en tu verdad.
Por eso cuando se utiliza el lenguaje simbólico de la Astrología como un punto de partida para poner etiquetas (a nosotras o a otras personas) estamos convirtiendo una poderosa herramienta en nuestro propio yugo. O sea, confundimos el mapa con el territorio y terminamos identificándonos con una serie de preconceptos que limitan el desarrollo del potencial albergado.
Ten en cuenta que cuando trabajas con arquetipos corres el riesgo de etiquetar con facilidad. Los arquetipos son estereotipados, pero los seres humanos somos complejos y tenemos la posibilidad de evolucionar.
Es necesario que diferenciemos nuestro ser social, o sea, aquellos roles que adoptamos para desenvolvernos de manera eficiente en la sociedad, de nuestro ser esencial o verdadero, que no tiene límites porque representa aquella parte de nosotras más intrínseca y sagrada. Tu ser social es tu manera de actuar en un determinado contexto (abogada, estudiante, hermana, amiga… etc) Tu ser esencial hace referencia a tu auténtico yo, tu propósito, tu identidad más auténtica.
Un ejercicio para reflexionar
Para que puedas cuestionar esas etiquetas que has podido llegar a creerte te propongo un ejercicio:
- Escribe una lista de 10 etiquetas que crees que te han puesto (o te has puesto)
- Contesta a la pregunta… ¿cuándo me colgaron o me colgué esta etiqueta y por qué?
- Cuestiónalas… ¿Esta etiqueta es realmente una verdad absoluta y categórica?
- Transfórmalas en algo que suene menos radical y que implique la posibilidad de cambiar. Por ejemplo, puedes transformar la etiqueta: «soy indecisa» en estas afirmaciones: «me gusta reflexionar bien las cosas antes de tomar una decisión», «evito los errores sopesando con calma pros y contras», «antes de lanzarme al vacío prefiero consultarlo con la almohada». ¿Ves qué fácil?
Ahora cuéntame si te has desecho de alguna etiqueta perniciosa y si te ha sido útil el ejercicio.
¡Te leo!